Una voz gruesa, profunda, anuncia tenebrosamente: “Kalimán, el hombre increíble”, la frase es seguida por una fanfarria. Son las cinco y media de la tarde en la Colombia de 1965 y reunidos frente a una vieja radio chicos y chicas, jóvenes y adultos hacen parte de aquel ritual, ya obsoleto, de escuchar atentamente radionovelas.